La definición de la final del fútbol colombiano, desde antes de rodar el balón, era claro que iba a dejar un gran perdedor, por el peso histórico de los equipos que se enfrentaban. El ganador, que en este caso fue Millonarios, lo goza y lo luce como el máximo logro de un proceso que ha construido Alberto Gamero. El resultado lógico a un esfuerzo realizado.
El perdedor en cambio, además de quedar con las manos vacías, quedaba con el dolor de perder contra su máximo rival en el torneo local, la frustración de la hinchada y un cuestionamiento por el futuro cercano del equipo. Todo eso es lo que vive Atlético Nacional desde que Larry Vásquez anotó el penal decisivo que definió el ganador del torneo.
De la final, no hay mucho más que añadir. Ambos equipos diezmados por el desgaste del semestre terminan empatando producto de una combinación de chispazos individuales y descuidos defensivos. Luego la famosa ‘lotería’ que pocos quieren jugar. Los penales.
Si todo se hubiese desarrollado con normalidad, probablemente el resultado habría sido igual -más allá de los ‘what if’- sí ocurrió algo atípico. Aunque los protagonistas del confuso hecho se han negado a aclarar el asunto, los minutos finales del partido terminaron centrados en un equipo que, ante la presión, simplemente estalló.
Desde el entrenador hasta los jugadores, todos en su desespero lucieron completamente desalineados. La manzana de la discordia fue seleccionar los jugadores que iban a quedar en el final del partido para afrontar la serie definitoria de penales. Lo que pudimos ver es que los cambios planteados por el técnico Autuori eran unos y los que los ´veteranos´ del plantel veían más convenientes eran otros.
Ante la sorpresa de la mayoría, los jugadores ganaron el pulso y varios de ellos compartieron también dicho asombro. Nada más enrarecido terminó sacando de concentración a los protagonistas. Ellos mismos le pusieron ‘la varilla a la bicicleta´ y terminaron fracasando en la serie. La ejecución de Atlético Nacional en la serie fue horrorosa.
El hecho fue tan bochornoso que terminó amplificando la derrota y derrumbando la credibilidad que habían logrado los resultados anteriores. Un daño que repercutió incluso en una derrota contra Patronato en Copa Libertadores.
La fractura en esa relación cuerpo técnico-plantel-directivos-hinchada es tan evidente que ahonda aún más la preocupación que deja perder un título. Perder partidos o finales, lo han vivido todos los clubes grandes. Pero a veces las formas en las que se pierde terminan dejando huellas irreparables para cualquier proceso.
En condiciones normales, Atlético Nacional debería verse solido para el segundo semestre que inicia en tres semanas y Octavos de Final que se disputan en un poco más de un mes. Pero lo demostrado en hechos –esquema de juego poco claro, decisiones tácticas erradas, silencio institucional, descontento de la hinchada, división del vestuario– son ingredientes que, si siguen fermentándose, harán que el ambiente sea cada vez más hostil.
En esta oportunidad no solo se perdió un título, se perdió la visión compartida del proyecto y de la mano se llevó la identidad junto a todo lo que representa esa palabra en Atlético Nacional. El panorama no es muy alentador, sin embargo, es en las dificultades cuando se debe tomar un respiro y por lo menos empezar con lo básico, aprender del fracaso y todos en el entorno del club remar para el mismo lado.
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