El Mundial de Catar nos trae un elemento muy destacado en el crecimiento de una confederación tradicionalmente mirada con condescendencia.
Mientras escribo esta columna, Australia derrota a Dinamarca y se clasifica a los octavos de final de la Copa del Mundo Catar 2022. Con las victorias a los nórdicos y a Túnez, los “Socceroos” dieron una de las sorpresas de un Mundial en donde los equipos asiáticos (y hay que recordar que, para la FIFA, Australia queda en Asia) han sido sorprendentes.
Si hacemos la lista de los resultados más inesperados del Mundial dos destacan: la victoria de Arabia Saudita ante una encopetada Argentina que no fue capaz de romper su presión táctica y a los que ocho minutos les destrozó el carácter de favoritos con el que llegaban. Lo mismo pasó con Alemania cuando se enfrentó con un rapidísimo y solidísimo Japón, que lo derrotó con muchas alusiones a los Supercampeones.
Y Corea del Sur, aunque los resultados contra Uruguay y Ghana no le ayudaron, sorprendió con su táctica en juego aéreo y su precisión. Tampoco ayudó a Irán haberle ganado a Gales, pero puso a sufrir a Estados Unidos hasta los últimos segundos y pudo sobreponerse del mazazo del 6-2 que le propinó Inglaterra. Los cuatro equipos que clasificaron por la Confederación Asiática tuvieron papeles destacados, más allá del desastre de Catar como local.
Puede que en América y Europa miremos de costado al fútbol asiático, pero los cuatro equipos de la AFC demostraron que tienen con qué. El nivel de la liga árabe quedó resaltado con los nueve jugadores del Al Hilal que derrotaron a Argentina. Los japoneses y coreanos tuvieron un brillo inusitado gracias a su desarrollo táctico, muy del estilo de sus culturas en las que el desempeño colectivo es más importante que la individualidad. Australia, con su amalgama de culturas, aprovechó una Dinamarca fundida y decepcionante para emparejarse con Francia y llegar a su segunda clasificación a octavos de final.
Algún lector me dirá que por qué no destaco cosas como el triunfo de Marruecos a Bélgica o el de Túnez a Francia. La respuesta es sencilla: África lleva con selecciones como Nigeria, Ghana y Senegal siendo aspirante como mínimo a cuartos de final durante todos los mundiales del siglo XXI, pero exceptuando a Corea de local en 2002, pocos han resaltado el trabajo de los equipos asiáticos. No hay jugadores rutilantes con la excepción notoria de Son Heung-Min, pero a punta de táctica y planeación colectiva, Asia se destaca.
Tal vez el motivo sea la fecha, que hace que los jugadores de las principales ligas, sobre todo los que han tenido que disputar la Champions, lleguen saturados. No es coincidencia que cracks como Kylian Mbappé, Ángel Di María o Thomas Müller se vean agotados, si tenemos en cuenta que ocho días antes del pitazo inicial en Doha todavía estaban disputando sus ligas locales. O tal vez haya algo más profundo en esta discusión.
El fútbol en los últimos 15 años se ha cerrado en unos duelos muy puntuales. Messi –
Ronaldo, Guardiola – Mourinho, Barcelona – Real Madrid, Manchester City – Liverpool, equipos españoles versus ingleses y el PSG por la Champions, Argentina – Brasil. Y mientras tanto crecen otras ligas, otros equipos de los que solo se conoce en tiempos de Mundial o cuando, como el Kashima en 2016, eliminan a los de América en el Mundial de Clubes. Esto también aplica, por ejemplo, para una MLS y un Estados Unidos que lucha con México cada vez más de tú a tú la supremacía en la Concacaf.
Sea como sea, muchos están descubriendo a los asiáticos como otros descubrieron a los africanos luego de que Camerún derrotara a la Argentina campeona del mundo en una noche veraniega de Milán en 1990. Tal vez eso sea una noticia positiva para el mundial de 48 equipos que se viene en tres años y medio: si en los estadios norteamericanos salen más Australias, Coreas o Marruecos y menos Catares, podría verse un mejor torneo. Pero eso solo se sabrá cuando ruede la bola en Los Ángeles. Mientras tanto, hay que disfrutar.
Adenda: La triste muerte de Davide Rebellin este miércoles a las afueras de Venecia nos trae de frente el oscuro ciclismo de mediados de los 2000. Ganador de las tres clásicas de las Ardenas en 2004, Rebellin es recordado por haber dado positivo por CERA en plenos Juegos Olímpicos de Beijing 2008, donde perdió la medalla de bronce. Aún así, corrió hasta los 51 años y murió justamente cuando estaba empezando a disfrutar su retiro. Paz en su tumba.
- El ciclismo fuera del Tour - 26 de julio de 2023
- ¿Vingegaard hizo un Landis? - 18 de julio de 2023
- Pequeños mordiscos para atacar el gran plato - 17 de julio de 2023