El lema “la pelota no se mancha” está quizás más manchado que su significado; cada día son más los espectáculos bochornosos y violentos que se viven en el entorno del fútbol y del deporte en general, y la constante agresión entre hinchas, jugadores, cuerpo técnico y directivo, parecen convertirse en el pan de cada día para quienes viven de esto.
O si no, recordemos los hechos más recientes en los que un hincha desadaptado del Deportes Tolima arremetió en contra de un jugador del conjunto rival por acciones del pasado que dejaron heridas sin sanar; o las amenazas de un grupo de seguidores de Once Caldas, que inconformes por los resultados del equipo amenazaron de muerte al entrenador Diego Corredor, adelantando su salida del “blanco blanco” de Manizales.
Ante esto, surge la incógnita ¿Cómo actuar para que la cultura de la incultura no siga progresando? Porque más allá de las sanciones económicas o algunas medidas correctivas que se puedan tomar por parte de las entidades regentes, se decidió enviar un mensaje de paz a la sociedad con la unión de los jugadores de ambos planteles durante los actos protocolarios en cada encuentro de la más reciente jornada de la liga nacional.
Y claro, esto se ve muy lindo para la foto, o para la portada utópica del “no importan los colores”, pero en la cancha la realidad se transforma nuevamente en empujones, insultos y choques que pasan a ser lo más “brillante” del espectáculo; mientras que, en las tribunas y fuera de ellas, son los seguidores quienes de forma empedernida buscan defender al club de sus amores llegando a apagar otras vidas. Este panorama se agudiza cuando se habla de la pérdida de identidad de los equipos, de la falta de jerarquía de sus jugadores, del poco apoyo de una hinchada, dejando de lado el verdadero meollo del asunto, la pérdida injustificada de conciencia que convierte el campo de juego en un ring de boxeo.
En décadas pasadas, aproximadamente hacia los años 60’s, cuentan los historiadores que se vivía el mejor ambiente a nivel deportivo, se podía disfrutar de cada juego como un elixir y al hablar de fútbol se curaban todos los males. El ambiente en las tribunas era sin riñas, sin peleas, sin insultos; y con el radio pegado a la oreja, el vaso de cerveza en una mano, el plato de lechona y la mejor vestimenta, la gente se congregaba en los estadios sin importar los escudos que defendiesen. Entonces, ¿qué fue lo que pasó? ¿fue la tecnología (como lo afirman algunos estudios) la que volvió a la gente más violenta y agresiva? ¿Cómo controlar las acciones desadaptadas de los que opacan el espectáculo de la redonda? Son muchos los interrogantes que dejan más inquietudes que certezas y que solo aumentan el anhelo de volver… a los tiempos aquellos.
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